EL CAMINANTE
“El infierno de un hombre es el tormentoso
y perenne recuerdo de la culpa que lleva en el alma “
Amaneció y los primeros rayos de sol iluminaron su rostro hasta hacerlo despertar, poco a poco abrió sus ojos y se encontró tirado a la orilla de una carretera. No recordaba como había llegado allí; es más, ni siquiera recordaba que había hecho el día anterior.
Casi sin pensar se levantó y sacudiendo el polvo de sus pantalones se volcó hacia el camino.
Las horas pasaban y con el paso de estas, el sol se tornaba inclemente haciendo su andar cada vez más lerdo y tortuoso.
El día transcurría lento y mientras caminaba, no hacía más que pensar en lo pequeño que se sentía en aquel árido y extraño paisaje. Solo desierto, lejanas montañas y la carretera; que se extendía como una larga faja hacia el infinito.
Progresivamente el miedo y la incertidumbre comenzaron a corroer su confundida mente, que en un momento se atestó de preguntas: ¿Dónde estoy? , ¿Cómo llegué aquí?
Mil cosas merodeaban su mente, pero de pronto una pregunta que paralizó sus piernas, haciéndole contener la respiración ¿Por qué viajar en esta dirección?
Desde que despertó tenía dudas respecto a todo lo que veía y hacía, excepto de una cosa, en que dirección debía caminar. Esta inquietante incógnita incrementó aun más la tensión y el misterio sobre toda la situación.
Consternado y confundido se sentó sobre una piedra a la vera del camino, intentando allí comprender el extraño episodio. Respiró profundamente y miró al suelo por unos instantes; tal vez buscando un poco de armonía interior que le ayudara a entender. Aquel momento de reflexión trajo una sombra más aguda a su ya confuso presente; ya que ni siquiera recordaba su nombre, es más, hasta su reloj se había detenido.
Luego de un rato, perdió completamente la noción de horario, ignoraba cuanto tiempo llevaba allí sentado; y es que en ese lugar era todo tan extraño, que la realidad parecía sostenida por delgados hilos de cristal.
No lo había notado antes, pero esta pausa le permitió observar otro hecho curioso, (casi demasiado).
Descubrió que a pesar de llevar gran parte de la jornada caminando por aquella carretera, no había visto pasar ningún automóvil. De hecho, no había carteles, ni casas, ni siquiera insectos o animales de ninguna especie.
Con la mirada ausente, consternado por tantos extraños episodios, no se dio cuenta que desde hacía un algún tiempo alguien lo estaba observando. Cuando levantó la vista, quizás intuyendo algo, lo vio parado allí. Parecía un hombre de mediana edad, de cabellos largos y renegridos como la noche. Su rostro era inexpresivo y pálido, vestía completamente de negro; y a pesar de que el calor era insoportable, este excéntrico personaje llevaba puesto un largo gabán que ondeaba con la hirviente brisa del lugar.
Sentado en aquella piedra, miró al extraño por unos instantes, pero lo inesperado del encuentro y el temor a que solo se tratara de una ilusión óptica, lo disuadieron de hacer preguntas o establecer una conversación. Además, otra cosa que lo perturbaba era que no lo había escuchado venir, ni siquiera había oído ruido alguno que anunciara su presencia.
El susto lo dejó paralizado, tal vez por eso solo lo miró incansablemente, en el más profundo de los silencios.
El tiempo pasó y el temor a preguntarle algo era cada vez mayor. Por eso prefirió el silencio, dejando así la iniciativa al imperturbable extraño. Con esa idea en mente comenzó elucubrar toda clase de ideas acera de esta rara vivencia.
Al cabo de unas horas decidió que lo más seguro era continuar su marcha; adjudicándole al calor y la sed, el encuentro con este misterioso hombre. Mismo que sin decir palabra alguna emprendió la marcha a la par de él.
Las horas se iban caminando en la carretera, y mil veces miró a su lado con la vaga esperanza de que en alguna ocasión su escolta se desvaneciera, pero no era así, aquel hombre de negro seguía allí siempre a la par de él, implacable como una sombra.
Los días transcurrieron lentos, ya no le importaba el tiempo. Por las noches sentía el frío como mil puñales lacerando su carne y así buscaba refugio detrás de alguna roca que le sirviera de reparo al viento. Pero siempre teniendo el cuidado de dejar unos metros entre él y su oscuro acompañante; mismo que cada noche que se quedaba de pie mirándolo en silencio. Al parecer el extraño no dormía y jamás parecía afectarlo el frío ni el calor.
Por todo esto, siempre mantenía una actitud defensiva ante el excéntrico individuo. Cada noche, lo miraba porfiadamente hasta que el sueño lo vencía. Aquel sujeto era lo último que veía antes de dormir y lo primero al despertar.
Cierto día, tan semejante y rutinario como cualquiera de los que había caminado, alcanzó a divisar a lo lejos una montaña, en la cual se podía apreciar claramente la boca de un túnel.
Se detuvo como sorprendido al ver aquella montaña, porque estaba más que seguro de no haber visto ningún cartel o algo anunciando ese túnel, es más, ni siquiera recordaba haber visto esa montaña el día anterior. Era como si el enorme macizo se hubiese levantado súbitamente de la superficie.
Otra calurosa jornada tuvo que caminar hasta llegar a la falda de la montaña. Justo al llegar a la boca del túnel, hizo otra pausa, con la esperanza de que ese fuera el fin de su pesadilla.
Es probable que el destino estuviera jugando con él, igual que un gato juega con un ratón, porque en ese preciso lugar su deseo se hizo realidad, o al menos parte de él.
Su fantasmagórico acompáñate se había detenido unos pasos atrás, casi como concluyendo su camino a la entrada del oscuro túnel, clavando su negra mirada en la abismal profundidad de aquel antro.
Contempló a su escolta largamente, casi con terror, al ver con la hipnótica devoción con la que miraba hacia esa boca en la montaña. Luego de un momento volvió su mirada hacia el túnel y continuó su marcha, dejando atrás aquel personaje de negras vestimentas.
Mientras se internaba en las entrañas de la montaña, muy dentro de él pensaba que ahora ese era su único camino y que la única manera de dilucidar todos estos raros sucesos era llegar hasta donde quiera que estuviera el final del túnel.
Caminó horas, días, hasta no ver siquiera la luz de la entrada. Todo se hizo tan oscuro allí, que la única forma de seguir adelante era ir palpando las paredes. Así, estas se transformaron en su única conexión con el mundo material, o al menos eso es lo que parecía. Cada hora ahí adentro se le hacia tortuosa y eterna.
En un momento de esos en que tenía más ganas de quedarse ahí sentado, que de continuar, pudo divisar con alegría lo que parecía una pequeña luz o quizás, con un poco de suerte, el final de aquel lúgubre túnel.
Apresuró el paso hacia esa diminuta luz, la cual con cada paso se iba haciendo cada vez más grande y nítida. Hasta que por fin, podía ver claramente el final de ese antro. Al mirar con atención, un sentimiento extraño le recorrió el cuerpo estremeciéndolo de pies a cabeza. Porque lo que en ese instante veía no tenía ningún sentido y muy lejos de aclarar las dudas, cernía aún más misterio a toda esta confusa y aterradora travesía.
Anonadado por esta nueva situación, se quedó allí inmóvil por un largo rato. Aún así, juntó fuerzas y dio unos pasos más hacia la salida comprimiendo toda esa angustia en su estomago, el cual curiosamente no le había demandado alimentos desde que despertó esa mañana a la vera de la carretera.
Por ridículo que pareciera, aquel túnel terminaba en una elegante e iluminada sala. Con pisos de mármol blanco, paredes inmaculadas al tono del piso y en el otro extremo una puerta doble, del mismo pulcro color.
Todo ese ambiente estaba coronado por un marco de sepulcral silencio, que invitaba insidiosamente al miedo.
Sabiéndose perdido, sin más camino que ese, salió del túnel para internarse en aquel extraño lugar. Lentamente cruzó la sala hasta llegar a la puerta. La abrió con la firme esperanza de encontrarse con alguien que le dijese que todo aquello era solo un mal sueño y que todo terminaría al despertar.
Pero lo único que encontró del otro lado fue un ancho pasillo y más puertas que llevaban a otros pasillos, formando casi un laberinto.
Con el terror carcomiéndole las venas, emprendió una loca carrera hacia la salida en la boca del túnel. Esta vez, totalmente resuelto a tomar de las solapas, al extraño hombre que dejó en la entrada, para exigirle respuestas a todas sus preguntas.
Al volver a la sala, encontró que la boca del túnel simplemente ya no estaba allí, había desaparecido. Pensando en que tal vez se había equivocado de puerta, regresó al pasillo y abrió otras puertas que lo llevaban siempre a la misma sala de la que salió.
Por un instante deseo morir o echarse a llorar de impotencia, ya que había corrido por aquellos pasillos buscando afanosamente una salida, pero seguía en el mismo lugar.
Caminaba por la habitación tratando de dar forma a sus ideas, cuando percibió algo raro, era como si en aquel lugar no estuviera sólo. De alguna manera podía sentir presencias, las sentía como golpes de calor al caminar, como si tropezara con ellas.
En una de los centenares de vueltas que dio dentro de la sala, tuvo una sensación de acoso, similar a la que había tenido cuando encontró a aquel pálido hombre en la carretera.
No pasó mucho tiempo antes de que pudiera comprobar su presentimiento, porque al asomar la cabeza hacia el pasillo, pudo verlo allí de pie frente a la última puerta de ese corredor.
Un pequeño y borroso cartel se alcanzaba a divisar sobre el umbral de aquella puerta, pero no era legible a esa distancia. El excéntrico hombre estaba allí inmóvil, tan inexpresivo como había quedado a la entrada del desaparecido túnel.
Al verlo su mente se atestó de pensamientos angustiantes, pero también de cierto alivio ya que sabía que en aquel desconocido se encontraban las respuestas que esperaba con ansias.
Se acercó cautelosamente por unos pasos, luego apuró la marcha impulsado por ese afán de restarle peso a su alma. Caminó a paso firme con la mirada fija en aquel hombre, que continuaba allí imperturbable. El trayecto se le hizo enorme, pero cuando al fin solo estaban a un par de metros, el enigmático personaje dio media vuelta y abrió la puerta introduciéndose en la sala, a la cual parecía custodiar.
Este inesperado movimiento de aquel individuo le provocó algún temor, obligándolo a detenerse un instante; se preguntaba si aquello era una invitación a seguirlo y de ser así ¿por qué?
En ese momento ya se encontraba frente a la puerta y por una de esas cosas, tan inexplicables como toda esta experiencia, levantó la vista hacia el cartel que estaba sobre el umbral, fue entonces cuando pudo leer entre letras muy borroneadas la palabra “MORGUE”.
El pánico se apodero de él y un viento gélido recorrió el pasillo, haciendo que ese lugar pareciera una heladera gigante. Pese a esto, no se dejó amedrentar y juntando un poco de coraje decidió seguir hasta las últimas consecuencias.
Lentamente abrió la puerta y avanzó, a solo un par de pasos de haber entrado quedó estupefacto. Lo que vio allí escapaba a cualquier realidad, si es que en ese lugar la había.
Dentro de esa sala había centenares de cadáveres, todos en su respectiva camilla cubiertos solo por una sábana blanca que dejaba al descubierto los pies. Estaban ordenados casi morbosamente; eran cuatro filas con un corredor, en medio de estas, que parecía perderse en la profundidad de la sala.
Un frío aterrador le recorrió el alma y las más extrañas ideas navegaron en su cabeza. Varios minutos pasaron antes de que la palidez de su rostro se alejara. Cuando por fin sus piernas recobraron movilidad, miró hacia donde estaba su místico anfitrión. Este último estaba de pie junto a una de las camillas, en silencio, como prolongando su “invitación” anterior.
Paso a paso, con la mirada atenta a cualquier cambio en aquel individuo, se fue acercando a la camilla, hasta que por fin estuvo junto a ella.
Algo distinto sucedió entonces en el antes inexpresivo rostro de aquel hombre, repentinamente se tornó diabólico y con una sonrisa macabra; sus ojos profundamente negros miraron hacia el cadáver que se encontraba bajo la sábana.
Jamás supo por qué, pero entendió aquella mirada como una incitación a descubrir el cuerpo que yacía bajo ese trozo de tela. Con toda calma tomó la sábana por las puntas, siempre ante la mirada complaciente y siniestra de aquel sujeto. Luego fue desplazando la sabana muy lentamente, con el profundo miedo de verse a sí mismo, hasta que asomó una larga y rubia cabellera de mujer. Un sentimiento de alivio le recorrió el cuerpo; sin embargo, su acompañante aún estaba expectante, esperando que terminara de descubrir aquel cadáver.
Un extraño presentimiento comenzó a apoderarse de él, fue entonces cuando de un tirón puso al descubierto el cuerpo del occiso.
Su cara palideció de pronto, sintió que se desvanecía al ver el rostro de aquel cadáver; quiso gritar, pero de su boca no salió sonido alguno.
Retrocedió unos pasos y en ese instante todo tuvo sentido. Al ver el cuerpo sin vida de su esposa sobre la camilla, una cascada de recuerdos inundó su mente. Hizo un esfuerzo para llorar y desahogarse pero no pudo y toda esa angustia quedo contenida en un aturdidor silencio.
De súbito, una carcajada de aquel extraño llenó la sala; y con una estruendosa y gutural voz dijo: - ¿No es eso lo que quería señor Leiva? -.
Mil cosas pasaron por su mente, recordó fragmentos de algunos episodios de su vida; el día de su casamiento, su hijo y una terrible discusión con su esposa.
Sus vanos intentos por desahogarse eran motivos de más carcajadas para su oscuro acompañante; a quien lentamente se le fue desdibujando el rostro, hasta revelar su diabólica identidad.
Mirándolo con infinita hipocresía, el demoníaco hombre se acercó y estiró sus pálidas manos hasta tomarlo fuertemente de los hombros.
Ni bien esas esqueléticas manos lo tocaron, un fuerte grito fue liberado de su garganta, dejando libre toda esa angustia que tenía encerrada.
Cuando al fin reaccionó muy sobresaltado por todo esto, se encontró en la camilla de un hospital. Tenía puesto suero en un brazo y un médico lo tenía tomado firmemente de los hombros, en tanto él gritaba y se sacudía de un lado a otro.
En ese momento llegó un enfermero y le administraron un sedante. Así, después de varios minutos lograron estabilizarlo.
Horas más tarde, el Doctor regresó a la habitación y con una voz muy cordial preguntó: - ¿Se siente mejor señor Leiva? -.
Todavía muy traumado por lo que se suponía había visto, solo preguntó en dónde se encontraba.
-¿No recuerda nada Leiva?- preguntó nuevamente el Doctor.
Pero Leiva volvió a preguntar en dónde se encontraba; la fuerte emoción recibida le impedía pensar en otra cosa.
Luego de un breve silencio, el Doctor juntó un poco de paciencia y contó a su paciente todo lo sucedido; lo de la discusión con su esposa y de como él estaba acusado de la muerte de ella y su hijo. Tampoco reparó en detalles, cuando le dijo lo del horrible accidente que había tenido con su camioneta, en la carretera que cruza el desierto, en los momentos en que intentaba deshacerse de los cadáveres.
Un gran vacío se le hizo en el estomago después que el Doctor se hubo retirado. Ahora tenía todo el tiempo del mundo para recordar y angustiarse por la atrocidad que había cometido.
Pasó varios días en aquella habitación, mientras una fuerte depresión lo iba consumiendo hora tras hora. Nada cambió durante algunos días; hasta que un día hubo algo que le llamó la atención y lo sacó un instante de ese aletargado estado en el que estaba.
Durante el tiempo que llevaba en esa habitación; solo había visto al médico y al enfermero, nadie más había entrado o salido de allí. También le pareció curioso no escuchar ruido de sirenas o gente murmurando, algo tan característico de los hospitales.
Con una profunda intriga se levantó de la cama, se vistió y lentamente se acercó a la ventana, como para tomar un poco de aire y enfrentar a la policía; que seguramente estaría custodiando la puerta en espera de su recuperación. Pero al levantar la persiana el terror lo volvió a invadir, ya que por aquella ventana no se veía nada, solo una enorme y densa oscuridad.
Todo esto le produjo una conmoción y comenzó a gritar desesperadamente, rápidamente llegó el enfermero, pero este se vio derribado de un empujón por la frenética huida de Leiva.
Una vez que alcanzó el pasillo, se echó a correr como un loco buscando la salida, luego bajó velozmente por unas escaleras hasta la planta baja.
Cuando por fin a lo lejos vio las puertas de salida, tuvo la extraña necesidad de mirar hacia atrás. Al voltear la mirada su más terrible pesadilla se hizo realidad. Aquel pálido hombre de negro con quien creía haber soñado, se encontraba detrás de él, solo que esta vez parecía flotar en el aire y tratar de alcanzarlo con sus esqueléticas manos. Una estruendosa risa hizo retumbar el edificio; mismo que parecía contorsionarse con los movimientos de aquel hombre.
Leiva corrió con todas sus fuerzas hasta alcanzar la salida; ni bien hubo cruzado el umbral de la puerta, el hospital se desvaneció en el aire casi como si hubiese sido devorado por la oscuridad que lo rodeaba. Solo quedó la imagen de ese demonio agigantándose a cada paso, metro a metro, hasta verse como una nube de tormenta, rugiendo como un monstruo.
El aterrorizado Leiva corrió durante horas por la orilla de una carretera no muy distante del desaparecido hospital. Corrió hasta caer desvanecido quedando tirado a la vera de aquel camino.
Amaneció y los primeros rayos de sol iluminaron su rostro hasta hacerlo despertar, poco a poco abrió sus ojos y se encontró tirado a la orilla de una carretera. No recordaba como había llegado allí; es más, ni siquiera recordaba que había hecho el día anterior.
Casi sin pensar se levantó y sacudiendo el polvo de sus pantalones se volcó hacia el camino...