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  La Caverna
 

LA CAVERNA


Dos semanas  les llevó planear la expedición y ahora por fin estaban junto a la pequeña boca de la caverna, en algún frío lugar del Aconcagua.

Durante los cuatro días que duró el ascenso poco y nada se habían hablado, cada uno concentrado en lo suyo; de alguna forma recordando el verdadero motivo de este viaje.

Los seis andinistas y el guía se tomaron un respiro justo bajo la saliente que protegía la diminuta entrada de no más de ochenta centímetros de diámetro.

El silencio parecía perpetuarse en la boca de todos, tal vez era por el enrarecido ambiente del lugar o por esa sensación, escondida en el subconsciente, de ya haber estado allí.

Juan Dobró, el guía, aprovechó la ocasión para recordarle al grupo que él no entraría con ellos, pero estaría esperándolos afuera.

Él  ya había subido hasta allí antes, de hecho solo él conocía la ubicación de aquel lugar.
De pronto un ruido interrumpió la charla, todos se alarmaron, pero al parecer solo eran un par de pequeñas rocas que se desmoronaron dentro de la oscura caverna, por eso nadie le dio importancia y continuaron con los preparativos para la exploración.

Luego de un par de horas de reposo, ya estaban listos para continuar.
Dejaron en la entrada todo el equipo para su regreso y solo llevaron lo necesario para explorar el interior.
Víctor, él más veterano y ansioso del grupo fue el primero en bajar por la estrechísima entrada. Los demás le siguieron de inmediato; Eva, una de las dos mujeres, fue la más sorprendida por el tamaño y la belleza de la primera bóveda. Ninguno podía explicarse como algo tan hermoso pudo estar oculto detrás de esa diminuta entrada.

Superado el asombro que les causó la dimensión de la caverna, emprendieron su marcha.
Tres meses atrás ocho investigadores que hacían un estudio de la región descubrieron por casualidad esta entrada. Después de  misteriosos accidentes, redujeron ese grupo,  solo una persona pudo regresar con vida; y ese afortunado no era otro que Juan Dobró.


Esta nueva y casi improvisada expedición intenta terminar la exploración que le costara la vida a tantas personas.

Fue difícil convencer al señor Dobró de regresar a ese lugar; y si finalmente aceptó fue solo por tratarse de gente muy cercana a los desaparecidos.

Víctor era el hermano mayor de una de las víctimas; Anna y Eva krikalev, eran esposa e hija de uno de los geólogos rusos que integraban el anterior contingente; finalmente tres norteamericanos de amigos Víctor: Mark, Eric y Oliver. Los tres avezados alpinistas y aventureros de vocación.   

  Después de casi una hora de internarse en la caverna, siguiendo un escabroso camino de pequeñas piedras color marfil; llegaron a otra gran bóveda, más grande aún que la anterior, de la cual salían tres posibles caminos.

El grupo había quedado atónito, no lograban comprender como podía existir una galería subterránea tan grande, era como si toda la cordillera estuviera hueca. Las sinuosas paredes del lugar brillaban como diamantes con la luz de las linternas, era un espectáculo maravilloso.

Oculto detrás de la magnificencia del lugar había un hecho del cual nadie había comentado ni una palabra. Hacia varias horas que descendían por aquellas galerías; sin embargo, el aire no se notaba raro, es mas se percibía siempre renovado con una temperatura agradable.

Por espacio de diez minutos, ultimaron los detalles de cómo se dividirían para ampliar la exploración.
Fue así como Anna y Eva formaron un grupo; Víctor y Eric, el siguiente y por último  Mark y Oliver.
Divididos de esta forma cada grupo tomó un camino, pero acordaron reunirse en el mismo lugar en cuatro horas.

Transcurrió casi una hora y media, cuando Víctor y Eric encontraron dos esqueletos humanos, cubiertos de polvo, recostados contra una de las paredes. Lo extraño del  hallazgo era que esos restos no podían pertenecer a ninguno de los integrantes de la anterior expedición, sencillamente no había pasado tanto tiempo como para llegar a ese estado de desintegración.

Eric se había quedado petrificado, mientras Víctor sacudía el polvo de una de las osamentas  buscando alguna señal de quien podían ser estos restos.

Cuando Víctor se percató de la actitud de Eric, trato de averiguar que le sucedía, pero Eric solo apuntaba con su linterna   hacia la otra osamenta de la cual se desprendía un minúsculo destello metálico. Para sorpresa de Víctor el destello lo provocaba una medalla; el inseparable amuleto de la suerte de Oliver.

Esa joya era única en su tipo y según esta, esos debían ser los restos de Oliver, pero eso no tenía sentido.
-¡Esto no puede ser ¡-  Dijo Víctor.  Pero cuando se dio vuelta  Eric ya no estaba, no había siquiera un rastro de él.

Presa de un ataque de pánico, Víctor,  echó a correr enloquecido hacia la salida, con la inquietante sensación de que alguien lo perseguía. En medio de la alocada carrera tropezó y al caer se dio cuenta que el camino por el que habían transitado no estaba compuesto por  fracciones de rocas, sino que eran restos de huesos humanos, de cual la montaña parecía estar llena.

Por fin logró llegar a la primera bóveda, en donde estaba el orificio de salida.
Trepó con fuerza por la empinada pared, pero esta parecía desmoronarse a cada paso. Cuando estuvo a punto de alcanzar la salida, alcanzó a escuchar la voz de Juan negándose a entrar en la caverna
Tal vez debió llamarle la atención el hecho de que el señor Dobró había quedado solo, sin nadie con quien hablar, pero la situación le impedía pensar en otra cosa que no fuera salir de allí.

 Al subir un poco más, pero aun sin salir, sucedió algo que le robó el aliento, se vio a sí mismo a Eric a Oliver y a los demás en la misma situación que estuvieron antes de entrar.

Quiso gritar pidiendo ayuda pero el silencio le devoró las palabras, ahogando su grito.
Desde la profunda oscuridad de la caverna una fría sombra le jaló los pies hacia abajo, trato de agarrarse de una roca pero esta se desmoronó,  alarmando al grupo que estaba afuera.

La charla se interrumpió un momento, pero a ese ruido nadie le dio importancia y continuaron con sus preparativos.

 



 
 
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